Fábulas

                                     “... DOS VECES CON LA MISMA PIEDRA ..."       
 
Me encontraba en la pileta de natación disfrutando del solaz veraniego en esa tarde de calor, cuando observè  a una abeja que se ahogaba inmersa en el líquido con las patas hacia arriba.
 Seguro que  se cayó allí  al tratar de  beber, sedienta,  en este único lugar con agua en muchos metros a la redonda.
Es una  tarde extremadamente calurosa, en medio de  una temporada de sequía que se presenta como una de las más impactantes  en  los últimos  cuarenta años.
Pensé  de golpe en  la miel que dejaría de producir; en  las flores o  plantas que no  polinizaría si moría y  decidí  salvarla. La extraje del agua débil, moribunda.
La saqué de la pileta con la palma de mi mano y la dejé recostada en el borde,  a unos cuarenta o cincuenta  centímetros  del agua.
Quedó allí estática por un buen rato. Luego se paró sobre sus patas con evidente esfuerzo  e intentó caminar.  Pero se movía lentamente. Se veía abatida. Sus  alas  parecían  temblar, como si  quisiera volar, pero carecían de fuerza.
 Se cayó de costado dos o tres veces y se volvió a levantar otras tantas. Esquivó algunas hormigas que  la cercaban,  observando  a una  posible presa.
Una avispa pequeña  de vivaces colores negro y amarillo, estuvo sobrevolando encima de la abeja; seguro que acechando u observando por un breve momento, quizás unos nueve o diez  segundos,  hasta que de repente se alejó.
La abeja siguió caminando,  trémula. Me parece que sorbió un poquito de agua  de la que había en el piso, y después  continuó  en dirección  a la pileta y se cayó nuevamente en ella.
Algo me distrajo en ese momento...Eran dos  perros  que se peleaban entre gruñidos y ladridos. Al principio, entretenido como estaba, no les presté atención. Pero luego terminé mirando  a los dos porque la lucha iba en aumento.
 En realidad discutían por la posesión de una de mis sandalias. Jugando, tironeaban con los dientes uno de cada extremo, para ver quién se quedaba con ella .
 Salí del agua, los calmé primero y luego los separé... Salvé al calzado de una rotura segura.
Cuando ingresé nuevamente al agua, busqué al  bichito volador  que insistió con entrar en la pileta…Allea Jacta est.   Ahora  no se mueve  más: acaba de morir ahogada…
                                                                                                  


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LOS BICHOS (Las dos bestias)

Los dos animales se ven grandes y estremecedores. Transmiten  miedo sólo al divisarlos de lejos en  la penumbra, tan inquietos como están en el estrépito de la lucha.
Cada uno tiene en su cabeza  dos antenas cortas  terminadas en punta roma, que se bambolean pesadamente entrecruzándose.
Ahora uno está en cima del otro sojuzgándolo. El de abajo está aplastado,  aunque se defiende  bastante  por lo que trasuntan sus movimientos.
Parecen dos mamuts o dos gliptodontes descomunales. Son dos bestias del pasado que  le provocan escalofríos al  muchacho que esta inmóvil  enfrente de ellos observando , sin poder escapar del lugar ; como si estuviera clavado en el suelo.
El animal que está  arriba se menea más . Tiene el aspecto de hincar su larga probóscide sobre el cuello  -¿la yugular?-  del bicho que está debajo, que parece volteado de costado como si ya estuviera vencido.
En este momento, el de arriba le clava dos enormes colmillos curvos y  muy puntiagudos en el    cuello al que parece derrotado. En la semioscuridad no se puede  apreciar del todo, pero parece que
el segundo se estremece en convulsiones. Alarga  el  cuerpo tensándolo en toda su longitud,  seguramente por el dolor.
El muchacho no ve bien,  pero por momentos le parece estar mirando una película de mala calidad.
Ahora el  bicho  de arriba sube y baja la cabeza sobre el lomo del otro… ¡Lo está comiendo!!! Después  arquea la parte  posterior del cuerpo para comenzar  un bamboleo lento sobre la parte trasera del  caparazón del vencido, que casi no se mueve más.
Parece que estuvieran copulando ahora. ¡Sí! ¡Eso es ¡!. El de arriba  está penetrando al otro, que columpia las antenas  de manera muy, muy  lenta.
Son horribles. Si el muchacho mira las dos cabezas, el vencedor lo expolia. El de arriba come al de abajo.  Casi diría que lo hace  con mucho placer. Pero si mira la parte de atrás de ambos, parece sexo.
De pronto el de arriba – el de abajo no se mueve más -  mira fijo al muchacho por unos segundos... Sus ojos parecen ocuparle toda la cabeza. Se ve amenazador desde allá enfrente.
El viento resopla con fuerza hacia el lado de los bichos y  lleva los olores del joven hacia él. Además, el muchacho hizo mucho ruido al entrar...Es probable que  lo oyeran llegar.
Esa cosa, bicho o lo que sea, tiene  aspecto de un animal furioso; rabioso diría. De golpe  suelta la presa  y  ¡Se mueve hacia el muchacho!… ¡Se mueve hacia acá!.
Mejor apurarse porque… - ¡ Por qué no habrán colocado más luz en este lugar, carajo?!.
El bicho mira de nuevo al muchacho, que se desespera por terminar y huir. Parece que el monstruo se está por despegar de la pared!
El joven se esfuerza por terminar, asustado. Siente algo tibio en la entrepierna: es líquido. ¡Si pudiera orinar más rápido! Ahora terminó. Se levanta el cierre de la bragueta con premura y se va,  pesadamente. Sin elegancia, de la misma forma en que llegó.  Aunque  ahora está aliviado y se mueve con cierta rapidez.
Estaba  intranquilo, nervioso; casi asustado.  Más, con aquella sombra enorme de los bichos que peleaban. Luego el animal que se acerca  de a poco...
Por suerte, la  luz ínfima  muestra  la presencia de los bichos en ese lugar!  ¿O es la humedad y la oscuridad del mingitorio?...
Aceleró el paso para salir del baño después de dejar allí una buena cantidad de cerveza. La que está  bebiendo sin pausa desde varias horas atrás.

GUSTAVO FARRONI
Clason ( Sta. Fe) en agosto de 1999 



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"AVISPA  EN   CLASE  DE  YOGA"

Primero sobrevoló la piscina… Es  para ver donde está  más calma el agua. La tarde está  sofocante y el ambiente está  seco desde hace varios días.
La avispa necesita  beber urgentemente  y el único lugar con agua disponible es éste,  en decenas  de  metros a la redonda.
Ahora  intenta  caminar sobre la superficie  , aprovechando su  peso casi nulo  y la fuerte tensión superficial  del  líquido.  Pudo estar parada  arriba con las cuatro patas posteriores durante escasos momentos, pero cuando hundió las patitas,  evidentemente  se asustó y se  elevó del agua, volando con premura.
Parece que aquel susto  no fue  suficiente.  Necesita  saciar la sed,  porque  en segundos  volvió a la carga.  Primero  se apoyó en la pared sobre el costado vertical de la pileta,  a escasos milímetros  del  líquido,  con la cabeza  hacia arriba.  En  un breve instante empezó a girar  lentamente, hasta  quedar totalmente invertida,   - siempre en forma vertical -  con  la cabeza para abajo. En esa posición descendió  uno o dos centímetros y empezó  a  beber... Nunca cejó en sus intentos.
Admiro la destreza de esta avispa yogui.


GUSTAVO  F. FARRONI  (Enero de 2012)


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“HISTORIAS PARA ANDAR SIN CHUPETE”
El sapo y el chupete (1)

La pequeña apareció de golpe en el marco de la puerta de la cocina, sorprendiendo a los padres a la hora que el aroma del café y el ruido chirriante del agua hervida para el mate estaban en la mayor intensidad.
Se restregó los ojos con sus dos manitos de juguete. Se parecía al gatito de la vecina que después de desperezarse y estirar los músculos como una cuerda, se mojaba con la lengua en la palma y el dorso de la mano para restregarse los párpados y eliminar las lagañas.
Sin decir palabra y ni un gemido pasó frente a ellos. Fue hasta el cajón de los cubiertos con pasos determinados, seguros. Algo bastante preciso y marcial para su corta edad.
Los padres, que habían terminado de desayunar, la miraron sin entender mucho.
La llamaron dulcemente por el nombre pero pasó al lado como sonámbula o enajenada.
Se paró frente al mueble de cocina y tomó un cuchillo en su puñito derecho. Esgrimiéndolo amenazante se fue hacia la puerta que daba al patio de la casa que estaba entreabierta para recibir el fresco de la mañana.
Lenta, pero con decisión; con el pelo en desorden de recién levantada, salió con sus padres detrás, atentos y sorprendidos. La niña caminó hasta acercarse a unos ladrillos viejos, amontonados en desorden debajo de una planta de sauce. Allí, en medio de la escenografía húmeda dijo: -“¡Quiero que ese sapo malo me devuelva mi chupete!”-
Se suponía que en ese lugar, en medio de los huecos y las sombras y la tierra debían refugiarse unos sapos de ropaje rugoso y desteñido de verde, a los cuales la niña les había “ofrendado” el chupete la noche anterior.
Los padres la acariciaron y la levantaron para mirarla en el sopor del trauma del “abandono de su chupete en manos de estos sapos desalmados…”
La niña en cuestión tiene solo dos años; pero los padres decidieron convencerla que debía dejar de masticar goma a su edad. –“que ya los niños no lo usan más porque son grandes; y que les deforman los dientes, la encía, y unos cuantos problemas más”-…
En los días que precedieron a esa noche, le contaban historias acerca de sapos bien intencionados que robaban chupetes  a los chicos con problemas en los dientes.
El día anterior, en el grado máximo de convencimiento, todos vieron pasar un sapo grande y uno más chico hasta que desaparecieron bajo los escombros.
-Este es el momento- dijeron los padres. Los sapitos ya están aquí.
Antes de ir a la cama a dormir  esa noche, la hija dejó convencida la pieza de goma junto al montón de ladrillos donde descansaban los sapos bienhechores que cuidan la salud bucal de los chicos.
Lo que nadie suponía era que ahora en la mañana, el sapito chiquito y panzón era apuntado como el culpable de lo sucedido. Pagaba la consecuencia de ser tan gordo por comer una excesiva cantidad de bichos.
Por lo menos los suficientes como para que una chiquita crea que en la panza escondía el chupete que le había entregado la noche anterior por su voluntad. Pero que ahora deseaba arrepentida y pretendía que se lo devolvieran, mientras perseguía al pobre animalito cuchillo en mano.-


Gustavo F. Farroni / Clason (Sta. Fe) / Diciembre 1996




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"EL GATO-TIGRE"

Me levanté bien de madrugada ese sábado. Casi de noche y casi de día.
Me recibieron tonalidades grises-oscuras  primero. La luna todavía brillaba enorme y hermosa bien alta en el cielo. La temperatura era fantástica para esta época que nos sorprende con un tórrido verano el cual,  aseguran,  es uno de los más calientes de las últimas décadas.
Decidí salir a tomar mates en el patio donde me rodea un mar verde silencioso,  que a esa hora de la mañana semeja un oasis en  calma. Me senté en un banco de cemento exterior para disfrutar del solaz  en el frescor matinal, mientras se escuchaba de fondo el canto apacible  de los pájaros, que esa hora se desperezan con mil murmullos.
La luna mantenía su presencia  y destellaba  cencerros plateados. Me sentí halagado,  porque parecía que me estaba mirando  solamente a mí. Mi  ego se inflamó de tanto placer dispensado.
Al segundo o tercer mate que saboreaba con calma y con especial fruición,  producto de la excelsa  escenografía que me rodeaba, descubrí la mirada fija en mí de un  gato. Tiene  rayas en todo el cuerpo que lo  asemejan  a un tigre.  Es un gato macho que me visita regularmente porque lo proveo de alimento y caricias por unos minutos.
El felino estaba a mis pies  acuclillado; mirándome fijo.  Intuí que al verme cerca se pondría en mi camino para solicitar su ración de comida como lo hace siempre. Se pone delante mío, me mira; entorpece mi andar restregando su lomo contra mis pies si estoy caminando; y maúlla con un sonido especial que calculo - o intuyo - es de saludo y  demanda  de alimento....Pero esta vez no maullaba, ni se acercó a mí. Me miraba estático.
- " Tomo unos mates y le doy la comida "-  pensé...  Seguí disfrutando  de ese encuentro matinal  con la lozanía  del verde tiernito de la madrugada, de esa luna que era toda mía y con los canturreos de las aves que comenzaron a  entonar  un excelente concierto matinal para mí.  Gozaba también del encuentro conmigo mismo, en medio de ese paraíso sencillo y natural.
Yo sabía que en segundos   llegaría el lamento de mi  amigo gato atigrado y voraz, pidiendo su comida (Cuando le doy de comer,  me pongo a su lado y lo acaricio. Le tironeo suave las orejas, recorro su lomo con la palma de mi mano varias veces y termino estirando su cola que se mueve de placer  mientras engulle)  e  interrumpiría  mi  contemplación bucólica del amanecer.
Al rato escuché por debajo de mi asiento un sonido que me distrajo. Era un crujido seco y suave, como de hojas secas que se rompen  al paso de algo o alguien. Parecía también  el sonido de una madera que un animal  roe delicadamente.
Miré hacia abajo  - La luz del día ya aparecía corriendo  a la oscuridad de la noche  (¡Adiós luna, pensé!) -  y entonces reparé en  el gato.  Seguía concentrado, quieto. Y  me observa fijamente, en actitud defensiva.
Parecía que estaba preparado para defenderse  de algún animal agresivo  o de un contrincante inesperado.  O bien dispuesto a saltar sobre alguna presa, objeto de sus cacerías.
Me llamó mucho la atención  esta actitud que parecía desafiante. Nunca  había tenido este comportamiento hacia mí. Me acerqué despacio y observé... Que de su boca asomaban dos patas y  un  pedazo posterior de un cuerpecito , que debería ser de algún pichón de un pájaro que cazó, o que  bajó de un árbol.
El gato masticaba y deglutía rápidamente.  En segundos  se tragó hasta las patitas de ese animal, haciendo esos sonidos que había escuchado momentos antes y que ahora me provocaba cierto escozor . ..Ese pajarito  estaba vivo unos momentos atrás.
El gato no dejó de mirarme fijo, receloso, todo el tiempo  que masticó.  Defendería el producto de su cacería,  creo. Su mirada no era la de siempre. Ahora es un animal  agresivo, alerta por si quiero -o quieren- arrebatarle la comida.
Cuando terminó  - yo observaba sin moverme -  se levantó del suelo sobre sus patas y se dirigió a mí.  Cambió la actitud.  En segundos refregó  su  lomo en mis  pies y allí sí  esperó las caricias que le brindé después.
Un momento más tarde volvió del banco al suelo. Husmeó entre el pasto y levantó con los dientes un pedazo de  patita del pichoncito  que había quedado entremedio  del césped recién cortado. Ahora está convertido de nuevo en un animal de temer...Posición que volvió a abandonar  cuando tragó  aquel  sobrante de comida... Y volvió a mí de nuevo por otra dosis  de caricias.
Instantes después asocié  estos cambios del animal con el  Humano. Este comportamiento es  tan parecido a los Seres  Humanos...Tan cambiante.
El hombre también es  un animal que puede pasar  de  una actitud de  violencia extrema a otra  de calma aparente...Depende de la  naturaleza de sus instintos básicos y la educación que torneó la niñez, el crecimiento y el entorno.

Me quedé sentado un rato  sorprendido, pensando, mirando. Después del estupor inicial, acaricié largamente al gato-tigre.


                        GUSTAVO  F. FARRONI  (CLASON, PCIA SANTA FE, DIC 2014)




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1 comentario :

  1. Muy bueno caballero, la frigidez de me fue con esta lectura tan amena, jajajajaja. Un fuerte y emotivo abrazo.

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